Cuando cierro los ojos y pienso en un lugar, no soy capaz de
visionarlo como un todo; simplemente recuerdo sus colores. Madrid lo veo en una
escala de grises. Mi pueblo, lo veo en tonos verdes. Ambos, paisajes estables y
casi inalterables al paso del tiempo de cada estación. Madrid durante todo el
año se percibe gris, mientras que mi pueblo va variando de tonalidad sin salir
de una escala de verdes que es la que domina el paisaje.
Cuando cierro los ojos y pienso en un paisaje manchego, no
soy capaz de visualizar una única escala cromática, sino que me viene una explosión
de colores a mi mente. Recuerdo coloridos cuadros de Sorolla, amarillos campos
de trigo, rojos campos de amapolas, verdes campos de regadío…
Y es que el paisaje manchego tiene un gran potencial que no
se puede ignorar.
Gente de clase, dice que se vé Madrid desde lo alto del
castillo de Oreja. Yo cuando fui, el paisaje me incautó de una manera tal, que ni siquiera lo ví.
Por eso, por su gran potencial, a la hora de redescribir la cartografía de
Oreja, lo cuento a través de una escala cromática, según la estación del año,
representando ese paisaje cambiante, lleno de contrastes.
Y es que desde el lugar se pueden observar fragmentos de
paisaje con escalas cromáticas muy diferentes: al norte los amarillos campos de
maíz que cambian totalmente en función de la estación, los campos de regadío
inalterables al paso del tiempo, los de amapolas que florecen en primavera… y
al sur, un paisaje más montañoso, verde, rojo, amarillo… con diferente
vegetación que marcan tonalidades según la época.
El límite de éstos dos paisajes está en el desnivel
topográfico. Un límite entre unos campos de cultivo infinitos, que dan sensación de inmensidad, frente a un
paisaje montañoso, blando.
Y es que este paisaje tiene una riqueza tal, que sin
analizarlo, ni siquiera nos damos cuenta de que apenas existen grandes árboles,
montañas ni flores, sino que la tierra en sí, tiene encanto propio.
Cada paisaje, tiene una manera de recorrerse, de entenderse.
La zona, está marcada por varios caminos que se cruzan, casi trazados de tal
manera para ir de un sitio a otro por el lado más corto.
En mi cartografía psicogeográfica, analizo cómo se recorren
esos fragmentos de paisaje según la época del año, asemejándolo al recorrido en zigzag que haría una
mariposa disfrutando de los colores
y del entorno, y no con el único objetivo de llegar a un destino.
con noches de mar sin
mar,
con aurora sin orilla,
con playas de sal y
cal:
toda costa y todo
cielo
casi para navegar.
(Torres Grueso)
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